Amas de Casa

“ …Preocúpense incansablemente de difundir en todo lo que puedan la devoción a María confiando en su misericordia y eficacia de su protección . Sobre todo hagan que se reúnan alrededor de la Virgen jóvenes y niños, en cuyas almas más fácilmente se siembra, más honda echa sus raíces, con más fuerza crece y con más abundancia da sus frutos la devoción a María..”

Venerable José Frassinetti

“Nadie pudo explicar esto”. Esta frase conforma el título de uno de los capítulos de un muy difundido libro cuyo autor, un conocido periodista, le dedicara a la Virgen y a los milagros que por su intercesión se han producido.

Ninguna persona puede elucidar racionalmente (y quiera Dios librarnos de ello) el motivo por el cual, si uniéramos sobre un planisferio con una línea imaginaria, las ciudades en las que se hallan o en las que en el futuro habrá, réplicas de la imagen de la Virgen de las amas de casa: San Felipe Neri en Buenos Aires, ya entronizada, con Calcuta, que aun no cuenta con ella y Roma, que ya la tiene en la parroquia de Villanello, con la Ciudad del Cabo, a la que en breve lapso se la llevará; quedaría trazada sobre el mapa una cruz casi perfecta. En el momento de escribir esta historia, a poco de exaltarse otra imagen de Nuestra Señora en Villa General Belgrano, en la provincia de Córdoba, está a punto de iniciarse en la Basílica de San Pedro la exposición exequial de los restos mortales de S.S. el Papa Juan Pablo II, ligado a este relato por la magnífica, sorprendente y tan directa intervención que le cupo en la difusión de esta advocación.

Corría el 2000, año jubilar con el que finalizó el siglo XX y se llevaba a cabo en la ciudad norteamericana de Miami un congreso de jóvenes católicas al que concurrió, especialmente invitada, la presidenta de la Liga Internacional de Amas de Casa, acompañada por otras integrantes de ese nucleamiento, tanto de la agrupación mundial como de la filial argentina.

En un intervalo producido entre las reuniones programadas, la señora Ángela P. (Lita) de Lazzari advirtió que sobre una mesa se exhibían estampas con diversas imágenes religiosas en general y muchas con la de la Virgen María en particular. Fue muy grande su sorpresa cuando notó en una de las representaciones, un grabado que le resultó singularmente atractivo, se trataba de una figura hasta entonces desconocida para ella, de la Santísima Virgen, de espaldas y realizando la tan doméstica tarea de tender en una cuerda ropa recién lavada, mientras cerca, un pequeñísimo Jesús la observaba desde el suelo. Fue a partir de ese momento que no cejó hasta conseguir que algún artista plasmara en una estatua, la representación de la imagen hasta entonces inexistente de Santa María, Patrona de las amas de casa.

Ya de regreso, en Buenos Aires, recurrió munida de la estampita hallada en Miami, al doctor Fernando R. Pugliese, abogado dedicado a un magnífico emprendimiento artístico y famoso creador del parque temático “Tierra Santa” para que modelara una figura de la Santísima Virgen en el mismo material con el que fueron confeccionadas las múltiples formas que pueblan su acreditada producción.

La obra, fruto de la inspiración de este notable creador resultó una imagen sencilla y totalmente desprovista de ornamentos. Se trata de un ama de casa que no podría realizar sus tareas coronada, ni mucho menos ataviada con lujosos vestidos o rodeada de pomposos atributos. Ella sostiene con firmeza al hijo apretándolo contra su pecho; sin duda un símbolo de amor y de protección conmovedor. La Virgen tiene en su mano un trozo de pan tomado de una hogaza que entre otras lleva en un atado que cuelga de su brazo izquierdo del cual había tomado otro para el niño, el que en poder de este se convierte en hostia consagrada. A sus plantas un canasto con ropa, en apariencia recién acicalada y una jarra con leche, alimento básico para su hijo, completan el conjunto.

Terminada la obra faltaban cumplir pasos bastante difíciles por cierto para concretar el sueño compartido de Lita y del doctor Pugliese. Querían que la imagen fuera bendecida por S.S. el Papa Juan Pablo II y para eso era preciso trasladarla a Roma, poder ingresarla al territorio italiano, acceder a la Plaza de San Pedro y conseguir que el Santo Padre, obviamente acercándose a él lo más posible, pudiera consagrarla.

Consultados monseñor Bergoglio, Arzobispo de Buenos Aires, su vocero, el padre Marcó y otros dignatarios y religiosos, todos opinaron que conseguir lo que se proponían era prácticamente imposible o por lo menos que les llevaría una tramitación que en el mejor de los casos resultaría prolongadísima. El no sacerdotal de Buenos Aires ya estaba dado y la idea quedó casi abortada de entrada.

Pero la intención de hacerla bendecir por el Santo Padre era muy fuerte y la decisión ya estaba tomada. Sin recomendaciones, sin contactos y sin ninguna llavecita que abriera alguna puerta en Roma once personas; Carlos, Fernando, Augusta y María Silvia Pugliese, la diputada Ferrero, Mónica y Fito Schuller, Lita de Lazzari, Teresita Mennuti, Gino Chiusi y Mario Giaccone; emprendieron el viaje en un vuelo de línea llevando a la imagen, de dos metros de altura, embalada en una gran caja de madera.

En Río de Janeiro debían cambiar de avión y allí surgió el primer inconveniente. Por sus dimensiones el cajón no cabía en la bodega del aparato que debían abordar para continuar el viaje y las autoridades brasileñas pretendían retenerlo y almacenarlo en un depósito de la estación aérea. Ante la insistencia de los argentinos se pusieron firmes y convocaron a la policía encargada del control del aeropuerto, el oficial a cargo ordenó abrir la caja y al descubrir la figura de la Virgen los brasileños comenzaron a rezar, los pasajeros del vuelo retenido a bogar para que se permitiera cargar la imagen y al cabo el personal del aeropuerto puso manos a la obra para adecuar el tamaño del cajón a las dimensiones de la bodega de la nave. Cuando por fin la patrona de las amas del casa fue subida al avión, se estaba a punto de suspender el vuelo por la demora ocasionada, los pasajeros, la tripulación y el personal del aeródromo prorrumpieron en un aplauso estruendoso y en vivas a la Virgen; sin duda la Santa Madre sonreía.

No fue sencillo atravesar la aduana del aeropuerto de Fiumicino. “I Carabinieri” no le franqueaban el paso a la “Madonna”, era comprensible, una imagen tan grande, proveniente de un lejano país sudamericano bien podría haber sido un buen vehículo para ingresar a Italia elementos, substancias u objetos de entrada vedada a ese país. No obstante, luego de un arduo cambio de argumentos argentinos y de oposición italiana un “va via” dejó librado el ingreso de la imagen a la península. Pero, faltaba aun el paso más difícil, llegar al Papa.

Desde el hotel de la ciudad eterna en el que se hospedaban trasladaron a la Virgen en una camioneta hasta el Vaticano, posteriormente, los seis hombres la llevaron en andas hasta que un primer control de seguridad los detuvo y les indicó que no podían continuar. Luego de explicaciones, de pedidos y de súplicas, la primera valla cedió y la peregrinación argentina pudo continuar.

Un segundo control les impidió el paso, esta vez un hombre de casi dos metros cuyo cuello era semejante al pescuezo de un toro les cortó enérgicamente el paso pero la resolución de nuestros compatriotas era inquebrantable, se sumaron otros guardias y el periplo parecía haber llegado a su fin. El argumento de la señora de Lazzari fue irrefutable “… pero muchachos, somos argentinos, les dimos a Maradona, a Batistuta y a Crespo y ustedes no nos dejan pasar con esta imagen de Santa María para hacerla bendecir por el Papa …”. El razonamiento fue contundente y pudieron trasponer este control que no era el último, sin duda la Virgen esbozaba una sonrisa tan cómplice como invisible.

Restaba llegar hasta el lugar en el que en poco tiempo más se encontraría Juan Pablo II, atravesar la muchedumbre que ocupaba la Plaza de San Pedro y otro cordón de seguridad ahora conformado por la famosa Guardia Suiza. Con la figura religiosa en angarillas era francamente, una tarea hercúlea. Seis hombres la llevaban, las mujeres argentinas los seguían y al ver que a su paso todos le daban lugar desconocidos peregrinos se sumaban a ellos. La guardia del Papa ante una señal del último de los custodios también dejó pasar a los imparables argentinos, quienes se habían convertido a esta altura en los dueños de la imponente plaza. A tal punto esto fue así que el doctor Pugliese indicó el lugar en el que debían colocar la imagen, cambiándola varias veces de sitio hasta que encontró el más adecuado, nada menos que ante el pórtico central de la basílica, lugar de paso obligado para que el Sumo Pontífice llegara al altar armado frente a ella desde el que presidiría la ceremonia religiosa programada. Hoy, el afable y memorioso doctor Pugliese nos relata esta historia y con un dejo indudablemente cómico agrega “… puse a la imagen donde quise …”. El impulso arrollador que los movía había neutralizado a todo el servicio de seguridad montado en la histórica plaza.

El Sumo Pontífice arribó en un “Jeep” blanco en cuyos laterales podía apreciarse su escudo heráldico, vio a la imagen, la bendijo y siguió su camino hasta el altar. Parecía haberse cumplido el objetivo último del viaje, no era así. La Santísima Virgen seguía sonriendo y organizaba un desenlace sobrecogedor.

Finalizada la celebración litúrgica el Santo Padre subió a un automóvil descapotable y al pasar nuevamente frente a la impactante figura de la madre de Cristo hizo detener el vehículo y dio la posibilidad a que la señora de Lazzari y sus acompañantes se acercaran a él. La emoción de Lita fue tan grande que mientras tomaba las manos del Papa se presentaba y en italiano le explicaba los pormenores aquí relatados. Hasta que la voz suave y serena pero de tono firme de un monseñor que lo asistía le dijo: “se non toglie le sue mani il Santo Padre non potrá benidirla” (si no sueltas sus manos el Santo Padre no podrá bendecirla) la señora de Lazzari liberó las palmas de Su Santidad y su sueño se cumplió con generosísima abundancia. Era el 6 de mayo de 2002.

Al otro día, el padre Jhon, también asistente del Pontífice, recibió a Lita y al doctor Fernando Pugliese en el Palacio Apostólico y les transmitió que a Juan Pablo II le había gustado mucho la imagen, especialmente por su sencillez y por lo que representaba y les pedía que si era posible enviaran figuras similares a Italia, a la India y a Sudáfrica. Parte de ese pedido ya se ha cumplido.

De vuelta en la Argentina la Santísima Virgen María, patrona de las amas de casa bendecida por el Santo Padre, fue entronizada en la parroquia San Felipe Neri convirtiéndose en el primer templo del mundo en el que se rindió culto de hiperdulía a esta advocación, lo siguió, como ya fue expuesto, la parroquia de Villanello, cerca de Roma y los seguirán en breve lapso, Calcuta y la Ciudad del Cabo.

Nuestra madre celestial se encargó de trazar una imaginaria cruz sobre el planeta cargada por cierto de un gran simbolismo. En su rostro continuaba, seguramente, delineándose un dulce e inapreciable retozo.

Falco, Orlando W, «Historia de la Parroquia San Felipe Neri,
75 años al servicio de Dios, de la Fe y de los hombres»,
Buenos Aires, El Escriba, 2005.

San Felipe Neri

Nuestro Patrono

Felipe nació en 1515. Su padre era notario abogado, con aficiones de alquimista: la primera enseñanza la recibió con los Dominicos. De Florencia su ciudad natal, fue a Roma, donde estudió filosofía. Gustaba de las humanidades y escribía poesías.

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INSCRIPCIONES

Bautismo:
Anotarse con un mes de anticipación, y participar de dos encuentros de preparación catequística los días viernes y sábados a las 19.30.

Primera comunión:
Nos reunimos todos los sábados de 14 a 16 hs. Tener 9 años o estar cursando 4º grado.

Confirmación:
Inscripciones a partir de la primera semana de abril para jóvenes a partir de 15 años. Todos los sábados de 11 a 12.30.

Unción de enfermos:
Al comienzo de Adviento y Cuaresma.

Matrimonio:
Anotarse con 2 meses de anticipación.

Catequesis Adultos:
Preparación para aquellos que no hayan recibido los sacramentos del Bautismo, Comunión y Confirmación.

Servicio Sacerdotal de Urgencia del Arzobispado de Buenos Aires:
Tel: 4801-2000